Ética del imitador

Por SIH

(a propósito del cuento de Jorge Luis Borges, Pierre Menard, autor del Quijote)

Hay que tener en cuenta, a la hora de escoger modelos, que la imitación no es fraude, siendo que es inevitable ser uno mismo en un instante dado: el yo se postula en unidades espacio-temporales específicas, la repetición exacta es de suyo irrealizable (el nuevo "contexto" le imprime al "texto" significaciones emergentes). De tal suerte, no es indistinto empíricamente observar un objeto en un momento determinado y en otro ulterior, en la medida en que el observador acepte que sus ojos permanecen en su sitio (aún cuando, con todo, es imposible retornar al estado anterior de existencia, volver a ser la persona que vio aquello por vez primera).

El plagio inescrupuloso, la traducción mecánica es otra empresa, acaso mucho más "fácil" que la imitación, y por ello, tanto más sórdida y reprensible. Porque es mediante esta infame operación que el yo se coloca en la posición de un "otro", ya no como intención, sino que deviene en idéntica acción. Tal despropósito ("barbarie" diríamos en términos borgeanos) es oprobioso ya que si bien nadie puede sustraerse de su propia historia, y la originalidad estriba resignadamente en la habilidad de combinar en infinitas posibilidades discursos preexistentes (al respecto recomiendo leer La biblioteca de Babel de Borges), es consabido que en esta sociedad -y aquí resulta conveniente aclarar que mi juicio tiene valor positivo- los anacronismos (a excepción de ciertos juegos de lenguaje que denotan significados no inmediatos) son formas impuras, decididamente execrables.

Porque una cosa es que, como afirma Borges, siempre que se mire para atrás (esto último lo agregué yo), todo hombre sea en efecto “capaz de todas las ideas” (dadas las condiciones históricas en que tales ideas son manifestadas) y otra desigual es reproducir maquinalmente aquello ya dicho o pensado, sin confesar el ejercicio intertextual.

Lo último puede considerársele “normal” en esta época de principios desvaídos, pero yo creo que es importante no perder el sentido ético heredado.


(Si llegaron hasta acá déjenme decirles que tal cosa es digno de mi sorpresa ya que yo ni en pedo lo hubiera leído. Sin embargo lo escribí -evidentemente sin considerar el auditorio- porque, como quien dice, o como dicen por ahí, “yo escribo para mí mismo". Y si no les gusta se pueden ir todos a la pqlp.... jajaja).


A propósito de estas cuestiones propongo la lectura de la nota El futuro de la literatura de Daniel Link, publicada en la revista La Crujía de abril de este año 2007. En dicha nota se da cuenta del reciente escándalo por plagio que envolvió A Sergio Di Nucci, quien en su novela Bolivia Construcciones, en virtud del cual se hizo ganador del premio La Nación-Sudamericana edición 2006, reprodujo textualmente fragmentos de libro Nada de Carmen Laforet, suscitando una enorme polémica.

Los invito a descubrir al Borges más irónico en su cuento Pierre Menard, autor del Quijote.

Finalmente quiero compartir con ustedes el otro texto que motivó estas reflexiones. Para concluir no se pierdan el video de la gran jugada de la Pulga Messi, una maravilla de gol.

Lionel Messi, autor del Quijote*

Por Juan Sasturain

Cuando Jorge Luis Borges en 1944 publicó Ficciones, acaso el mejor libro de cuentos de la lengua castellana, incluyó un texto barroco, irónico y sin duda extraordinario que le había dedicado a Silvina Ocampo cinco años antes: Pierre Menard, autor del Quijote. Pocos relatos borgeanos han sido objeto de exégesis más finas y ninguno plantea con mayor sutileza una cuestión tan insólita como deslumbrante. El narrador, que es un pedantísimo confidente epistolar del desaparecido Menard –simbolista tardío, amigo de Valéry, autor de una obra breve y fragmentaria y de un intento desmesurado–, hace el relato y la detallada descripción de la inconcebible empresa que se llevó los máximos esfuerzos y los parciales logros del malogrado poeta de Nimes: escribir El Quijote.

Porque el propósito del oscuro francés Pierre Menard no era traducir ni copiar ni transcribir ni memorizar la obra clásica española; es decir, no quería escribir otro Quijote –“lo que sería fácil”, dice Borges por boca del narrador–, sino escribir el Quijote, el mismo texto: “Producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes”. Un propósito “meramente asombroso” en sus propias palabras, para cuyo cumplimiento se impuso en principio un método que, dentro de lo imposible, era relativamente sencillo: ser Cervantes.

Para eso –y ahí deslumbra Borges en la enumeración–, Menard llegó a conocer relativamente bien el español del siglo XVII, recuperó la fe católica, guerreó de memoria contra turcos y moros y consiguió olvidar la historia europea entre 1602 y 1912, entre otras hazañas. Sin embargo, ese camino le pareció excesivamente fácil y lo desechó. Así eligió finalmente la tarea más ardua y la única verdadera: llegar a escribir El Quijote sin tratar de ser en el siglo XX un novelista del XVII, siendo apenas lo –y el– que era, el oscuro Pierre Menard. “Mi empresa no es difícil esencialmente –le confiesa al narrador en una de sus cartas con lógica perturbadora–, me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo.”

De toda esa prodigiosa tarea sólo quedan testimonios parciales, ejemplos de lo que pudo haber sido: los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte y un fragmento del veintidós. Y eso es todo.
Hasta ahí, Menard. Hasta –o desde– ahí, la soberbia especulación borgeana sobre la propiedad de las ideas y los relatos, la temporalidad reversible, el equívoco sentido que se ilumina hacia atrás y hacia adelante. “Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas”, concluye la indudable voz de Borges con pavorosa ironía.

Recurrir a estos esplendores de la ficción y la inteligencia para referirse a un avatar futbolero puede parecer excesivo o al menos descaminado. Creo poder demostrar que no lo es.

Cuando –ya famosamente– el joven Lionel Messi realizó en el Camp Nou del Barcelona FC, durante el crepúsculo boreal del miércoles 18 de abril, para disfrute y consumo urbi et orbe, la maniobra prolongada en tiempo y espacio que culminó en el segundo gol de su equipo contra el Getafe, hubo consenso unánime e inmediato de que se trataba de un hecho prodigioso y, paradójicamente, comparable: el pibe había hecho un gol igual al de Maradona contra los ingleses en el Mundial ’86.

En estos tiempos de fútbol mecanizado y jugadas preconcebidas con ejecutores obedientes, no es demasiado raro que se vean goles iguales a otros –hay infinidad de casos en que se repiten calcados circunstancias y desempeños–; lo extraordinario del caso es que, precisamente, lo que se veía mágicamente repetido era lo –por definición– irrepetible, lo excepcional: el mejor gol de la historia. El de Messi no era ni mejor ni peor: era, de un modo inquietante, igual. No hizo otro gol parecido ni lo copió ni lo imitó ni lo tradujo: simple, increíblemente, lo hizo otra vez.

Digo que, como Pierre Menard quiso y pudo parcialmente escribir El Quijote, Messi intentó y pudo hacer el gol de Diego. Incluso se puede llegar a suponer o –me atrevo a decirlo– a reconstruir un propósito similar en el precoz, homólogo petiso. Es innegable que, como Pierre Menard, Messi –o el espíritu consciente o no que a través de él se manifiesta– alguna vez concibió la idea de hacer el mismo gol del Diego. Y es evidente que eligió como primera opción, al igual que Pierre Menard, el camino de –en la medida de lo posible– ser Maradona para después hacerlo “desde el Diego”. Por eso es (se hizo) argentino, por eso se mueve allí donde se mueve, por eso ha ido a jugar a Europa en el Barcelona, por eso ha sido campeón mundial juvenil, por eso ha tenido un primer Mundial frustrante.

Lo extraordinario es que en algún momento, y también como Pierre Menard, Messi decidió el camino más difícil, y decidió hacer el gol del Diego sin (esperar) ser Diego: aceleró (literalmente) el trámite, se apuró, no llegó ni a cumplir los años ni a jugar el segundo Mundial ni a enfrentar a Inglaterra y, en una noche cualquiera, hizo el gol del Diego con la certeza y sabiduría desinteresada con que da en el blanco un arquero zen.


* Mis agradecimientos a Diego que me pasó esta nota

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los invito a leer humorísticos REFRANES SOBRE PLAGIO,cliqueando sobre ídem.