CRÓNICA DE UNA NOCHE DE CARNAVAL

Por Gabriela Nieto


Coloridos destellos abren la noche en el barrio de Saavedra, música alta, un escenario y gente que se abarrota en la avenida Balbín para esperar la llegada de las murgas que representan a los distintos barrios. Mientras bailan al son de “La locura de Boedo”, corren por doquier los niños que divertidos, juegan a mojarse con esa maldita espuma blanca.
Tres calles cortadas al tránsito hacen que la noche se transforme en una fiesta.
Este clima casi “familiar” se desarrolla con tranquilidad en las noches de febrero de todos los años para festejar el carnaval. Pero los padres, que sólo han llevado a los chicos allí para distraerse ellos, comienzan a molestarse cuándo éstos, ya cansados de correr, y cubiertos de serpentina, se cuelgan de sus piernas intimándolos para volver a casa.
Cuando las familias se van la fiesta no termina.
Es el punto en que comienza la noche para los adolescentes.
Las infinitas murgas siguen desfilando por la avenida, pero el clima que generan los jóvenes borrachos es violento y asusta.
Quién iba a pensar que hasta casi una hora antes los niños corrían divertidos sin preocupaciones.
Unos jóvenes que llegan al carnaval, todos ebrios, se mueven en un vaivén sin sentido. El más alto intenta armar un porro sin soltar al pequeño que tiene en brazos. Imágenes que hasta en algún punto disgustan.
Pero la noche sigue, y se convierte en otro retrato de la adolescencia actual.

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